
La elocuencia y la emotividad no siempre son la
marca de una predicación viva. Podríamos
estar oyendo a un predicador que grita y agita sus brazos, sin embargo su predicación
sea muerta.
A veces se piensa que la predicación que mata
es la que hiere y produce dolor en nuestros corazones, sin embargo, según la
Escritura vemos que esa es precisamente la obra de la Palabra de Dios: herir,
cortar, discernir, separar, dividir, hacer sangrar. Dios es el único que puede limpiar nuestro
corazón y lo hace por medio de Su Palabra, pero esa limpieza tiene que ser
muchas veces drástica, y cuando el corazón está infectado, necesita de una
operación, necesita que se introduzca un cuchillo que corte lo malo, que mate
nuestras pasiones perversas y todos nuestros malos deseos.
Muchas veces despreciamos a predicadores porque
no son elocuentes, emotivos ni dinámicos, y tristemente, al hacerlo estamos
despreciando el clamor del Altísimo, estamos tapando nuestros oídos a la
sabiduría que clama en las plazas, despreciamos los decretos del Soberano
Universal.
La Biblia dice que el vino se entra suavemente
(Proverbios 23:31). Así es la
predicación que mata. Es sutil,
atractiva, y es inoculada como un veneno, en forma silenciosa, sin que sepamos
que nos está matando. Pensamos que el
predicador de palabras infladas, muy elocuente y dinámico está predicando
maravillosamente, pero a veces no es más que la ponzoña de Satanás. Busca más bien la palabra que duele, la que te
remece todo lo que has construido de acuerdo a tus propios pensamientos, esa
palabra que ataca directamente tus pasiones. Esa predicación es la que lleva la
palabra viva que salvará tu alma.
Por Fernando García O.
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