1. Debo esforzarme tanto por conocer a Dios
como para ser CONMOVIDO por sus atributos, por su santidad, por su amor, su
gracia, su justicia, su ira, su bondad, paciencia y misericordia. Es tan santo, tan ajeno al pecado, a pesar de
eso, me ama a tal grado que dio a su Hijo Jesús para salvarme. Su gracia es tan grande porque no me ha
pagado de acuerdo a los males que he hecho y todo el pecado que he cometido en su
contra. Es tan bueno y paciente para con
mi vida, y cada día puedo ver su misericordia rodeándome.
Debo vivir siempre delante de Él, no huir de su
presencia ni pretender que no está en algún lugar, no olvidar que me ve en todo
momento, ni ignorar que continuamente me escudriña y sabe todo lo que pienso y
siento.
Nadie puede conocer el pecado perfectamente
porque nadie puede conocer a Dios perfectamente. No puedo conocer el pecado más de lo que
conozco a Dios, contra quien peco. La
maldad formal del pecado es relativa, pues es contra la voluntad y los
atributos de Dios. El hombre piadoso
tiene algún conocimiento de la maldad del pecado porque él tiene algún
conocimiento del Dios que es ofendido por éste.
El impío no tiene un conocimiento práctico y
prevaleciente de la maldad del pecado porque él no tiene un conocimiento de
Dios. Aquellos que temen a Dios temerán
al pecado; aquellos que en sus corazones son irreverentes e impertinentes para
con Dios, harán, en sus corazones y en sus vidas, lo mismo para con el pecado;
el ateísta, que piensa que Dios no existe, también piensa que no hay pecado
contra Él. Nada en el mundo entero nos
mostrará de forma tan simple y poderosa la maldad del pecado, tanto como el
conocimiento de la grandeza, bondad, sabiduría, santidad, autoridad, justicia,
verdad, etc, de Dios. Por tanto, el
sentir su presencia hará que también sintamos la maldad del pecado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario