"Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones;" 2 Pedro 1:19

viernes, 25 de septiembre de 2015

UNA IGLESIA VIVA - La verdadera adoración

Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.”  
Romanos 12:1

El apóstol Pablo ruega a la iglesia que adore a Dios de la siguiente forma: Presentando sus cuerpos (sus vidas) en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios. 

Esta es la verdadera adoración, el culto racional. Adorar al Dios Verdadero no se trata de hacer lo que hacen las religiones paganas, en éxtasis, sin comprender lo que hacen, perdiendo el control de sí mismos, y sin ningún fruto en sus conductas, sin ningún cambio en su corazón. 

Hay quienes adoran en la carne.  Se dejan llevar por sus impulsos, sus emociones descontroladas.  Pero la verdadera adoración es en Espíritu y Verdad (Juan 4:24).  En Espíritu significa que debemos adorar a Dios no sólo obedeciendo a las normas externas y en la forma que se nos dice, sino que debemos hacerlo en lo interior, con la actitud correcta.   En verdad, significa que debe ser de acuerdo a las Escrituras.

Debemos presentar nuestra vida en adoración a Dios.  Esto implica OBEDIENCIA, SOMETIMIENTO, AUTONEGACIÓN.

No basta con que sólo nos comprometamos a participar en los servicios programados en nuestra iglesia, no importa cuántos sean.  Aunque tuviéramos servicio los siete días de la semana, sino están estas cosas en nuestra vida (obediencia, sometimiento, y auto negación), no estamos adorando a Dios.

OBEDIENCIA: El Apóstol Pedro en su primera carta, capítulo 1, vers. 2, dice que fuimos escogidos por Dios, en santificación del Espíritu… PARA OBEDECER, y ser rociados con la sangre de Jesucristo.  Debemos OBEDECER a la verdad de la Palabra de Dios.  Para esto necesitamos un corazón de carne (nuevo nacimiento).  La simpleza de un niño en el ejemplo que nos muestra Jesús, quien con sencillez de corazón cree lo que se le dice, es lo que debemos seguir.  Debemos obedecer a la fe (Romanos 1:5), creer en Cristo para salvación y vida eterna, para perdón de pecados, justificación y redención. 
SOMETIMIENTO: Debemos someternos a Dios, a su soberana voluntad, a sus designios.  Esta en parte es la voluntad no revelada de Dios, no es algo que podamos ver claramente en las Escrituras, pero cuando nos encontramos ante situaciones difíciles y que no podemos entender, entonces debemos someternos a Dios, aceptando su voluntad.  Esta es una manera de adorar a Dios. (Santiago 4:7).
AUTONEGACIÓN:  Debemos negarnos a nosotros mismos.  Esto significa que ya dejamos de vivir para nuestro propio gusto, ahora nos negamos a nosotros mismos, nuestros deseos egoístas, nuestros anhelos y metas personales.  Para verdaderamente adorar a Dios necesitamos tomar esta determinación de que ya no vivo para mí mismo, ahora vivo para servir y adorar a Dios, y eso significa que tengo que poner en primer lugar la voluntad de Dios por sobre la propia.  (Mateo 16:24; Marcos 8:34; Lucas 9:23).

No es posible separar la palabra DISCÍPULO de ADORADOR.  Porque somos discípulos de Cristo, vivimos no sólo para servirle sino para amarle con toda nuestra vida.  No se trata sólo de imitar una conducta, sino que hacerlo de corazón.  Por eso el ser un adorador, significa obedecer a Dios, someterse a Él y negarse a sí mismo.


La Iglesia Primitiva
En Hechos 4:32, podemos ver resumido cómo era el corazón de la iglesia apostólica.  El egoísmo no tenía lugar en sus miembros, eran muchos pero un solo corazón y una sola alma.  Tal era la unidad que aún sus propiedades personales no las consideraban propias.  Podemos ver en ellos un corazón ensanchado, un pueblo generoso y dispuesto a todo.  No se reservaron nada, sino que se entregaron completamente a Dios y a su obra.  Pablo llegó a decir “ya no sois vuestros” (1 Corintios 6:19). 


Esto les permitió entregar su vida enteramente a Dios, sin reservas, estando dispuestos aún a morir por causa de Cristo, comprendiendo cabalmente las palabras de Cristo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.” (Marcos 8:34) 

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