“Ríos
de agua descendieron de mis ojos, porque no guardaban tu ley.” Salmos 119:136
En un
sentido, todos los hombres tenemos una relación con Dios, la cuestión es ésta:
¿Cómo es esa relación? ¿Buena o mala?
El
impío tiene una relación con Dios: la relación que tiene un pecador ante un
Dios Santo, como la de un delincuente ante un juez justo, sólo espera la
condena. El justo en cambio vive por la
gracia de Dios y disfruta de algunas de sus promesas, y está en espera del
cumplimiento de la plenitud de ellas.
Cuando
el corazón del hombre es regenerado por el Espíritu Santo (nuevo nacimiento),
cambian sus afectos. Son alteradas sus
emociones. Antes era rebelde a la
Palabra de Dios, era infractor de la ley de Dios. Era esclavo del pecado, pero ahora ama la
justicia, quiere fervientemente hacer la voluntad de Dios, y desea con ansias
los mandamientos de Dios, porque sabe que son buenos, y se deleita en
ellos. Por lo contrario, cuando la ley
de Dios es quebrantada por sí mismo, se lamenta amargamente, y no puede estar
indiferente cuando los mandamientos del Señor son traspasados por los
hombres. Así que el Salmista clama así
“Ríos de agua descendieron de mis ojos, porque no guardaban tu ley”
La
Escritura nos habla acerca de este mismo sentimiento en Lot (2 Pedro
2:7-9). El sentimiento de Lot viviendo
en Sodoma y Gomorra, era de aflicción diaria al ver y escuchar sobre la
conducta de sus conciudadanos. Lot, siendo justo, vivía en una de las ciudades
más corruptas de la antigüedad. Para un
cristiano es imposible ser indiferente a lo que pasa a su alrededor, y ya que
está dotado de una nueva sensibilidad, reacciona ante la injusticia en
cualquiera de sus formas.
¿De qué manera reacciona el creyente ante
la injusticia y la maldad de la sociedad?
Nuestro
texto nos muestra una aflicción y dolor profundos, tanto que el salmista dice
llorar profusamente. No son lágrimas
forzadas, ni un leve dolor, sino que es un llanto desconsolado, el salmista
llega a usar una hipérbole comparando su llanto con ríos. Esto era provocado por la maldad de los
hombres de su tiempo, la falta de fidelidad a Dios y la abierta rebeldía a su
Palabra.
Estamos
sin duda viviendo en los tiempos profetizados en Salmos 2:1-3 (aparte del
cumplimiento aplicado en el libro de los Hechos cuando Cristo el Señor fue
crucificado). La maldad ya no son hechos particulares y casuales, sino que la
injusticia ya es sistemática. No se
trata sólo de prácticas malas, sino de todo un sistema maligno que promociona
la inmoralidad.
La
mente del hombre natural está sustentada en su naturaleza caída, la herencia de
Adán, es una mente corrupta, que no discierne entre lo bueno y lo malo, sino
que con facilidad confunde las cosas (Isaías 5:20). Aun así, son responsables de su decadencia
moral.
Pensando
también en este tiempo de tinieblas, Jesús nos enseñó a orar: “Santificado sea tu Nombre”, “venga tu
Reino”, “hágase tu voluntad…”
Porque
aún en este tiempo Dios sigue regenerando a los hombres, y aún tiene poder de santificar
y apartar para sí mismo a los más corruptos, santificándolos progresivamente y
perfeccionándolos hasta el día de su venida, así como hace con nosotros. Así que el sentimiento más correcto, no es el
odio a los pecadores, porque en otro tiempo también fuimos “hijos de ira, lo mismo
que los demás” (Efesios 2:3), sino que debemos tener misericordia pero sin
dejar de aborrecer sus contaminaciones (Judas 1:23).
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