"Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones;" 2 Pedro 1:19

martes, 30 de mayo de 2017

DEVOCIONAL DIARIO

“Haré que se acerque mi justicia; no se alejará, y mi salvación no se detendrá. Y pondré salvación en Sion, y mi gloria en Israel.”  Isaías 46:13

Duros de corazón, lejos de la justicia.  Lejos de cumplir fielmente con la ley de Dios, así estábamos.  No somos justos por naturaleza, sino pecadores y transgresores.  Atestados de toda injusticia (Romanos 1:29).  Esa es la naturaleza pecaminosa que heredamos de Adán, el viejo hombre.  Sin embargo, cuán ciegos estábamos porque pensábamos que una hoja de higuera (Gn. 3:7) era suficiente para cubrir nuestra vergüenza delante de Dios.  El hombre orgulloso, piensa que no tiene necesidad de justicia, pero no se da cuenta que es miserable, pobre y desnudo (Ap. 3:17).  Piensa que con sus buenas obras podrá compensar sus pecados, pero está lejos de la justicia, está lejos de cumplir perfectamente con la ley de Dios como Él lo exige.  Para entrar a los cielos exige una justicia perfecta, “nada impuro allí entrará” dice el poeta (Himno 338, “Oh Señor, procuro en vano”). 

Hasta que llega Cristo a la vida del hombre.  El misterio que estaba guardado desde el principio del tiempo, Cristo, la esperanza de Gloria, Él es nuestra justicia (Jer. 23:6, Él es nuestra paz (Ef. 2:14).  “En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo.” (Ef. 2:12).  Cristo es la justicia del hombre, nadie es justo como Él, necesitamos aceptar su muerte en la cruz y su resurrección de los muertos, para que su justicia perfecta sea puesta a nuestra cuenta, y nuestros pecados a la suya.    

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