“Haré que se acerque mi justicia; no se alejará, y mi
salvación no se detendrá. Y pondré salvación en Sion, y mi gloria en Israel.” Isaías 46:13
Duros de corazón, lejos de la justicia. Lejos de cumplir fielmente con la ley de
Dios, así estábamos. No somos justos por
naturaleza, sino pecadores y transgresores.
Atestados de toda injusticia (Romanos 1:29). Esa es la naturaleza pecaminosa que heredamos
de Adán, el viejo hombre. Sin embargo,
cuán ciegos estábamos porque pensábamos que una hoja de higuera (Gn. 3:7) era
suficiente para cubrir nuestra vergüenza delante de Dios. El hombre orgulloso, piensa que no tiene
necesidad de justicia, pero no se da cuenta que es miserable, pobre y desnudo
(Ap. 3:17). Piensa que con sus buenas
obras podrá compensar sus pecados, pero está lejos de la justicia, está lejos
de cumplir perfectamente con la ley de Dios como Él lo exige. Para entrar a los cielos exige una justicia
perfecta, “nada impuro allí entrará” dice el poeta (Himno 338, “Oh Señor,
procuro en vano”).
Hasta que llega Cristo a la vida del hombre. El misterio que estaba guardado desde el
principio del tiempo, Cristo, la esperanza de Gloria, Él es nuestra justicia
(Jer. 23:6, Él es nuestra paz (Ef. 2:14).
“En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de
Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el
mundo.” (Ef. 2:12). Cristo es la
justicia del hombre, nadie es justo como Él, necesitamos aceptar su muerte en
la cruz y su resurrección de los muertos, para que su justicia perfecta sea
puesta a nuestra cuenta, y nuestros pecados a la suya.
No hay comentarios:
Publicar un comentario