“¡Cuán
hermosas son tus tiendas, oh Jacob, Tus habitaciones, oh Israel! Como arroyos están extendidas, Como huertos
junto al río, Como áloes plantados por Jehová, Como cedros junto a las aguas.” Números 24:5-6
Balaam, el
varón de los ojos abiertos. El profeta
mercenario (que profetizaba a sueldo), fue enviado a maldecir a Israel, pero le
fue impedido por el Señor. Intentó
varias veces para cumplir con quien le había pagado, Balac, el rey de
Moab. Hasta que entendió que Dios quería
que bendijese a Israel. Entonces, siendo
iluminado (ojos abiertos), pero no regenerado (corazón abierto), vio la
bendición de Dios sobre el pueblo al cual quería maldecir. Es imposible que alguien viendo la obra de
gracia de Dios sobre su pueblo pueda maldecirlo. El pueblo del Señor está expuesto a sufrir
toda clase de persecuciones, insultos y daños, pero también Dios se glorifica
en su pueblo y es capaz de abrir los ojos de los ciegos para que vean la Gloria
del Señor en la iglesia (esto es, en los creyentes).
Cuántos
ateos no han quedado admirados de lo que hace Dios en medio de su pueblo. Hace poco leía una nota de un medio
periodístico que rechaza todo lo relacionado con Dios o la religión como lo
llaman ellos, donde se mostraban asombrados de cómo un atleta olímpico (el
escocés Eric Liddell), a principios del siglo XX, renunció a correr una carrera
en los juegos olímpicos de Paris por que caía en Domingo, y al competir en
otras carreras de las Olimpiadas donde no estaba preparado para correr, ganó
medalla de oro, porque “yo honraré a los que me honran” (1 Samuel 2:30). La gracia de Dios, su bendición y santidad
hacen brillar al pueblo de Dios, de manera que aún los incrédulos pueden quedar
asombrados de la gran obra que ha hecho Dios con su pueblo.
Balaam
exclamó: ¡Cuán hermosas son tus tiendas, oh Jacob, Tus habitaciones, oh Israel!
Maravillado
de cómo Dios había dispuesto a su pueblo en el lugar que les prometió. Comparó al campamento del pueblo de Israel
con hermosas figuras: arroyos que fluyen, jardines junto al río, áloes
plantados por el mismo Dios, grandes y fuertes cedros junto a las corrientes de
aguas. A Balaam por ese momento le
fueron abiertos los ojos y vio la hermosura de la obra de Dios en Israel.
La Iglesia
del Señor tiene una heredad más excelente que la Canaán terrenal. La iglesia, el pueblo conformado por todos
aquellos que se han arrepentido, han creído en Cristo para salvación y
permanecen en Cristo dando fruto, ha sido sentada en lugares celestiales
juntamente con Cristo. Tiene un lugar de
honra especial. Los hijos de Dios no son de la Jerusalén terrenal, sino de la
Jerusalén de arriba. Esa es nuestra
patria. Todo cristiano debiera
maravillarse más de lo que Balaam estaba maravillado por las tiendas de Israel,
y exclamar: “Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la
heredad que me ha tocado” (Salmos 16:6).
El mundo
puede ver la gracia de Dios en su Iglesia.
Con estas palabras nos mandó el Señor Jesús: “Así alumbre vuestra luz
delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a
vuestro Padre que está en los cielos.” Mateo 5:16). No somos salvos por obras, pero ellas son
importantes para confirmar la obra de Gracia hecha por Dios en nuestros
corazones. Si Dios ha transformado
nuestros corazones, lo ha transformado todo en nuestra vida, de tal modo que
nuestras obras ya no deben ser malas.
Termino con las palabras del Apóstol Pablo a Tito : “no defraudando,
sino mostrándose fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios
nuestro Salvador.” (Tito 2:10).
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