"Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones;" 2 Pedro 1:19

lunes, 10 de abril de 2017

DEVOCIONAL DIARIO

“¡Cuán hermosas son tus tiendas, oh Jacob, Tus habitaciones, oh Israel!  Como arroyos están extendidas, Como huertos junto al río, Como áloes plantados por Jehová, Como cedros junto a las aguas.”  Números 24:5-6
Balaam, el varón de los ojos abiertos.  El profeta mercenario (que profetizaba a sueldo), fue enviado a maldecir a Israel, pero le fue impedido por el Señor.  Intentó varias veces para cumplir con quien le había pagado, Balac, el rey de Moab.  Hasta que entendió que Dios quería que bendijese a Israel.  Entonces, siendo iluminado (ojos abiertos), pero no regenerado (corazón abierto), vio la bendición de Dios sobre el pueblo al cual quería maldecir.  Es imposible que alguien viendo la obra de gracia de Dios sobre su pueblo pueda maldecirlo.  El pueblo del Señor está expuesto a sufrir toda clase de persecuciones, insultos y daños, pero también Dios se glorifica en su pueblo y es capaz de abrir los ojos de los ciegos para que vean la Gloria del Señor en la iglesia (esto es, en los creyentes). 
Cuántos ateos no han quedado admirados de lo que hace Dios en medio de su pueblo.  Hace poco leía una nota de un medio periodístico que rechaza todo lo relacionado con Dios o la religión como lo llaman ellos, donde se mostraban asombrados de cómo un atleta olímpico (el escocés Eric Liddell), a principios del siglo XX, renunció a correr una carrera en los juegos olímpicos de Paris por que caía en Domingo, y al competir en otras carreras de las Olimpiadas donde no estaba preparado para correr, ganó medalla de oro, porque “yo honraré a los que me honran” (1 Samuel 2:30).  La gracia de Dios, su bendición y santidad hacen brillar al pueblo de Dios, de manera que aún los incrédulos pueden quedar asombrados de la gran obra que ha hecho Dios con su pueblo.
Balaam exclamó: ¡Cuán hermosas son tus tiendas, oh Jacob, Tus habitaciones, oh Israel!
Maravillado de cómo Dios había dispuesto a su pueblo en el lugar que les prometió.  Comparó al campamento del pueblo de Israel con hermosas figuras: arroyos que fluyen, jardines junto al río, áloes plantados por el mismo Dios, grandes y fuertes cedros junto a las corrientes de aguas.  A Balaam por ese momento le fueron abiertos los ojos y vio la hermosura de la obra de Dios en Israel.
La Iglesia del Señor tiene una heredad más excelente que la Canaán terrenal.  La iglesia, el pueblo conformado por todos aquellos que se han arrepentido, han creído en Cristo para salvación y permanecen en Cristo dando fruto, ha sido sentada en lugares celestiales juntamente con Cristo.  Tiene un lugar de honra especial. Los hijos de Dios no son de la Jerusalén terrenal, sino de la Jerusalén de arriba.  Esa es nuestra patria.  Todo cristiano debiera maravillarse más de lo que Balaam estaba maravillado por las tiendas de Israel, y exclamar: “Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado” (Salmos 16:6).

El mundo puede ver la gracia de Dios en su Iglesia.  Con estas palabras nos mandó el Señor Jesús: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” Mateo 5:16).  No somos salvos por obras, pero ellas son importantes para confirmar la obra de Gracia hecha por Dios en nuestros corazones.  Si Dios ha transformado nuestros corazones, lo ha transformado todo en nuestra vida, de tal modo que nuestras obras ya no deben ser malas.  Termino con las palabras del Apóstol Pablo a Tito : “no defraudando, sino mostrándose fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador.” (Tito 2:10).

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