¿Cómo,
pues, se justificará el hombre
para con Dios?
¿Y
cómo será limpio el que nace de mujer? Job 25:4
Esta
es la gran pregunta que se halla en las Escrituras: ¿Cómo puede ser justificado
el hombre ante Dios? Esta pregunta debe
hacerse el hombre: Si soy pecador ¿qué puedo hacer? Cuando estamos delante de
Dios, toda boca se cierra (Ro. 3:19), no hay argumentos con que nos podamos
defender. Hemos nacido en pecado, y
cometemos pecados. La Ley de Dios nos
acusa (Juan 5:45), Satanás nos acusa (Zacarías 3:2), e incluso nuestra propia
conciencia nos acusa (Ro. 2:15).
Dios
es un juez justo, que no tendrá por inocente al culpable, y aborrece a todos
los que hacen iniquidad.
En
Dios no se halla falta ni mancha alguna.
Esto hace que nosotros nos veamos en un pozo todavía más profundo.
El
pecador está condenado, sin esperanza alguna, no tiene salida, debe pagar por
su pecado.
Cuando
estamos justamente con el agua hasta el cuello, aparece nuestra única defensa
posible: El Evangelio de la Gracia de Dios, el cual anuncia a aquel que se
arrepiente, que Jesús ha pagado por nuestra maldad, que Él ha recibido el
castigo que nos tocaba, que Cristo fue a la cruz en nuestro reemplazo, que Él
tomó nuestro lugar. Él es nuestra justificación.
Siendo
pecadores condenados, Dios nos declara inocentes. Jesús se hizo pecado para que nosotros
fuéramos justificados. El bendito se
hizo maldito para que nosotros fuéramos benditos.
“Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados,
el justo por los injustos, para llevarnos a Dios,…” (1 Pe 3:18).
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