Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios." Salmos 51.17
Somos por naturaleza orgullosos y altivos. No nos gusta que nos vean mal, no queremos "mostrar la hilacha". En la actualidad, la psicología moderna y los coach (entrenadores) motivacionales nos enseñan a levantarnos, a tener fuerza de voluntad. Nos motivan diciendo que tenemos un gran potencial en nuestro interior, que el secreto y el poder de todas las cosas, está en nuestro interior. Marcos Witt, mientras era Pastor para los latinos en una "mega iglesia" de Estados Unidos, tenía una especie de lema, en torno al cual giraban todas sus predicaciones: "Descubre el campeón que hay en ti".
Todo esto alimenta más y más nuestro orgullo y nos predispone para ser soberbios. Aquellos que adoraban a Dios en el Antiguo Pacto, lo hacían mediante sacrificios y ofrendas. Bajo esos conceptos se presentaban animales, harina, aceite, vino, etc.
Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Pacto, Dios acepta una clase de sacrificios que es superior a todos: espíritu quebrantado, corazón contrito y humillado.
Dios busca adoradores en espíritu y en verdad (Juan 4:24). La palabra adorar viene del giriego "proskuneo" y significa besar, como un perro lamiendo la mano de su amo, agacharse, postrarse en homenaje, hacer reverencia, adorar.
Así que para adorar a Dios y vivir para su gloria, tenemos que dejar a un lado nuestro orgullo, y pensar que todas las cosas vienen de Él, por causa de Él, y para su propia gloria (Romanos 11:36). Debemos buscar la humillación de nuestro ego, despojarnos de nuestro orgullo y huir de todo lo que hace que nuestro corazón se infle. De lo contrario, cuando lleguemos con nuestro corazón para ofrendarlo delante del Señor, podríamos ser rechazados.
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